Diciembre suele venderse como el mes de la alegría, los reencuentros y las celebraciones interminables. Sin embargo, desde hace años la medicina observa un patrón inquietante: durante las fiestas decembrinas aumentan los eventos cardiovasculares graves, incluidos infartos y arritmias. A este fenómeno se le conoce como síndrome del corazón festivo y, aunque suele asociarse con los excesos en la comida, la realidad es bastante más compleja.
El corazón no solo responde a lo que comemos, sino a cómo vivimos el cierre del año.
El término holiday heart syndrome fue descrito para explicar la aparición de arritmias, especialmente fibrilación auricular, en personas que incluso no tenían antecedentes cardíacos. El detonante más común es el consumo elevado de alcohol en periodos cortos, típico de posadas, cenas y celebraciones consecutivas. El alcohol altera la conducción eléctrica del corazón, favorece la deshidratación y modifica la presión arterial, creando un terreno propicio para fallas en el ritmo cardíaco.
Pero el alcohol no actúa solo.
El estrés emocional es otro factor clave. Diciembre concentra presiones financieras, compromisos sociales, balances laborales, duelos familiares y expectativas emocionales muy altas. El cuerpo no distingue entre estrés “bueno” y malo: responde liberando cortisol y adrenalina, hormonas que elevan la frecuencia cardiaca, la presión arterial y la inflamación sistémica. En personas con arterias ya comprometidas, este cóctel puede ser el empujón final hacia un evento cardíaco.
El frío también juega un papel menos visible pero importante. Las bajas temperaturas provocan vasoconstricción, es decir, que los vasos sanguíneos se estrechen. Esto obliga al corazón a trabajar con mayor esfuerzo para bombear la sangre, aumentando la presión arterial y el riesgo de infarto, especialmente en personas mayores o con hipertensión no controlada.
A esto se suma un cambio drástico en las rutinas. En diciembre se duerme menos, se abandona el ejercicio, se desajustan los horarios de medicación y se normaliza la fatiga constante. Dormir poco altera el sistema nervioso autónomo, el mismo que regula el ritmo cardíaco. El resultado es un corazón más irritable y menos resiliente.
Prevenir el síndrome del corazón festivo no significa renunciar a las celebraciones, sino entender los verdaderos factores de riesgo. Más allá de moderar grasas y azúcares, conviene prestar atención al consumo de alcohol, evitando los “maratones” de copas varios días seguidos. Alternar con agua y fijar límites claros tiene un impacto real en la salud cardiovascular.
También es fundamental proteger el descanso. Dormir bien no es un lujo decembrino, sino una medida preventiva. Priorizar al menos siete horas de sueño, incluso en días festivos, ayuda a mantener estable la presión arterial y el ritmo cardíaco.
El manejo del estrés es igual de importante. Pequeñas pausas de respiración profunda, caminatas diarias o momentos de silencio pueden parecer insignificantes, pero reducen la activación constante del sistema de alerta del cuerpo. No todo compromiso social es obligatorio, y aprender a decir que no también es una forma de autocuidado.
Por último, no hay que ignorar las señales de alerta. Dolor en el pecho, falta de aire, palpitaciones intensas, mareo o una fatiga inusual no deben atribuirse automáticamente al “cansancio de las fiestas”. En diciembre, más que nunca, minimizar síntomas puede ser peligroso.
Las celebraciones no deberían cobrarse una factura en forma de urgencia médica. Entender cómo el estrés, el alcohol, el frío y la falta de descanso afectan al corazón permite disfrutar las fiestas con mayor conciencia. Cuidar el corazón en diciembre no es apagar la Navidad: es asegurarse de llegar sano al siguiente año.
